jueves, 28 de abril de 2011

Allwënn, primera estrella, Destino.


                           (boceto original de J. Charro -todos los derechos reservados-)
Allwënn:
Primera estrella: Destino.
Te veo…
No he dejado de verte. Ni un segundo. Ni un instante. Me pregunto si me oyes desde tu hueco en las estrellas.
>Sigo mirando las estrellas. Sé que te gustaría saberlo. Yo te enseñé a contarlas. Pocas cosas más he podido enseñarte. Pero esa es obra mía.
Me siento y observo el cielo. Ese cielo que una vez miramos juntos. Ese cielo inolvidable e inabarcable como tu piel. Finjo que te tengo a mi lado y cuento secretos que solo tú y yo sabemos. Secretos que nunca dijimos. Secretos que nos pertenecen solo a nosotros. Nadie sabe la verdad salvo tú, yo y ese que vigila mi sombra. Ese que guardará el secreto como si nunca hubiese existido.
Cómo puede cambiarte la vida un segundo, una mirada. Cómo puede atraparte un simple gesto, inocuo, trivial incluso. Sigo atado a tus ojos y lo estaré mientras viva. Mi latido siempre late dos veces en el mismo latido. ¿Cómo puede un hombre haber quedado tan preso y sentir que antes de ese momento nunca fue del todo libre? ¿Cómo puede el Destino enredarte en una mirada para siempre?
Recuerdo aquel lugar y aquella noche como si antes de ese recuerdo no existieran otros: una trampa, un mal juego. Como siempre una encerrona. Una información robada, un lugar que es un burdel en las Bocas, un confidente y una salida poco clara. Entre esos ingredientes hostiles de quienes se buscan y pierden la vida ¿De dónde saliste tú? Tú no debías encontrarte allí, pero estabas. ¡qué juego tan extraño el del Destino! Recuerdo el olor viciado a alcohol, las risas y los hombres exaltados. La luz a media luz, el perfume barato, los rostros excesivamente maquillados. Tumulto, exuberancia, derroche de muslos y escotes. Recuerdo a Gharin sonreír con malicia sabiendo que atrae las miradas femeninas, mi gesto incómodo, la búsqueda de un rostro desconocido entre los rostros de desconocidos que siembran un bosque denso de miradas hambrientas. Pensar rápidamente: “le encontramos, tomamos lo que es nuestro y desaparecemos”. Gharin codeándome al ver pasar a una de las chicas con vestuario transparente y sus curvas amenazando tambores de guerra. Recuerdo un guiño, dos, tres, pero no recuerdo el color de los ojos que guiñaban. Me recuerdo hastiado ante la avidez humana de carne entre las sábanas, recuerdo las ganas de marcharme, mi mirada infinita rastreando siluetas, observando rostros que puedan complicar esa noche, vías para escapar rápido si la cosa se tuerce. Recuerdo hombres siniestros que se fijan en la guarnición de mi espada, en el gesto de mi rostro, en mi manera de observarles.  Hay tensión en el ambiente. La tensión obvia de un local que hay que mantener a raya.
Entonces mis ojos siguen barriendo. Recuerdo mil detalles insignificantes que podría precisar con todo orden y rigor, pero solo tengo un recuerdo. Un único y verdadero recuerdo. Una mirada que se cruza con la mía como docenas de ellas en aquel instante. Una mirada que en el segundo de su abrazo pone mi mundo patas arriba. Es muy joven o lo parece. Lleva mandil y bandeja de servicio. Me parece la criatura más hermosa que pueda concebirse. Resplandece como una estrella en noches sin luna. Destaca de entre aquel lugar decadente como una idea brillante en un discurso manido. Me mira y en esa mirada el tiempo se detiene, el aire se detiene, el ruido se detiene, mi corazón se detiene…
Es un segundo, tan solo, un segundo que vale una vida. Esos ojos me miran y aparentan indiferencia. Ella deja caer sus pupilas con una languidez que me eriza el cabello. Me acaba de matar y resucitar en ese instante. No creo que sea consciente de ello. La mirada se acaba. Detiene el abrazo. La intensidad se pierde. Finjo una frialdad que mis ojos no fingen. Una indolencia que no existe en mi pulso. Ella vuelve a mirar los vasos que recoge con diligencia. Yo vuelvo a la búsqueda de mi presa. Pero ya no veo nada que no sean sus ojos detenidos en el tiempo clavados en mi mente.
Entre los dioses se escucha una risa. Fortuna sabe que el trabajo está hecho. Yo aún no lo sé pero he mirado a los ojos de la única mujer que existe en el mundo. De la que tiene por destino robarme la vida, calarse en mis huesos, ser mi obsesión y también lo único que merezca recordarse en mi lecho de muerte.
Esa noche debería encontrar un hueco entre las estrellas. El hueco que aquellos ojos han dejado en el cielo.

3 comentarios:

  1. Por si no os habéis dado cuenta, el juego es a dos voces: Äriel habla desde el blog Confesiones a las Estrellas (enlazado a este y al link de cada una de las entradas aquí) Allwënn completa la visión desde este mismo rincón. Merece la pena seguir ambas para entender el diálogo en la distancia y completar la visión de conjunto.
    Äriel siempre hablará primero por lo que es importante seguirla a ella.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por la aclaración (no me había dado cuenta...soy un despiste). Ahora voy a ser capaz de verlo en otro modo y disfrutar. Gracias por esta iniciativa que nos permite vivir esta maravillosa historia de amor junto con la pasión y el dolor que nace y vive en ella.

    ResponderEliminar